Todo trabajo implica una oportunidad para crecer, en el aspecto profesional -por supuesto- , pero también en el personal.
Un empleo no sólo resulta un instrumento para poner en práctica nuestros conocimientos, dar lo mejor de nosotros mismos, saber que somos útiles a la sociedad, sino que nos concede un grado de autonomía y dependencia (económica, personal) necesario para enfrentarnos a la vida en toda su plenitud.
Estas consignas, válidas para cualquier persona que haya tenido la oportunidad de incorporarse al mercado de trabajo, se intensifican cuando hablamos de lo que supone el trabajo para personas con discapacidad. Por eso es importante que los prejuicios y estereotipos queden relegados de una vez por todas del inconsciente colectivo. Hemos de superar absurdos y obsoletos clichés para construir, entre todos, una sociedad más inclusiva. Siquiera por propio interés, ya que el bienestar del otro repercutirá, de un modo u otro, más tarde o más temprano, en mi propio bienestar.
Los empresarios cada día se muestran más receptivos. Ya conocen los resultados de contratar a trabajadores con discapacidad y saben de su capacidad de entrega y su profesionalidad, además del valor añadido que imprimen a la firma, el de la diversidad. Basta sólo echar un vistazo a las empresas que, a través de los convenios Inserta, suscritos con Fundación ONCE, incorporan en sus plantillas a personas con discapacidad: BBVA, Alcampo, Accenture, FCC, Repsol, ofertas de empleo en Ikea, McDonald, Microsoft, Ford, Santander… la lista es extensa.
Pero también las propias personas con discapacidad son conscientes del reto que el empleo les supone, y su formación es, cada vez, más específica y profesional. Para ello, FSC Inserta, la entidad de recursos humanos de Fundación ONCE, imparte numerosos cursos formativos por toda España, cofinanciados por el Fondo Social Europeo, atendiendo a las necesidades del mercado, siempre oscilante. Nunca los trabajadores con discapacidad habían estado tan cualificados como hoy en día.
Las sociedades, sobre todo las europeas, llevan años haciendo un importante esfuerzo para que los ciudadanos con discapacidad (más de ochenta millones en el Viejo Continente) puedan participar plenamente en su realidad más inmediata. Conscientes de que no se trataba de una cuestión de concesiones más o menos arbitrarias sino de derechos, los gobiernos han ido pespuntando una serie de políticas que incentivasen la contratación de personas con discapacidad que, a grandes rasgos, está obteniendo unos resultados óptimos.
A este respecto, España tiene mucho que aportar al resto del mundo. Baste como ejemplo el reconocimiento que acaban de cosechar las políticas de empleo con apoyo como una de las prácticas más innovadores del mundo, según ‘Zero Project’, uno de los galardones internacionales de mayor prestigio.
Pocas legislaciones están tan avanzadas como la española en materia de discapacidad.
Pero no se trata únicamente de disponer de leyes. Se trata de cumplirlas. Y el empleo de las personas con discapacidad es uno de los parámetros que evitan que este colectivo sea doblemente discriminado. Ni siquiera la crisis puede enarbolarse como excusa. Porque no hay excusa alguna. Las personas con discapacidad generan riqueza. Económica. Pero también de valores. Es la suya una cultura (la del esfuerzo, la de superación de barreras, la de no darse por vencido) que conviene recordar. Y poner en práctica. Hoy más que nunca.
La última campaña de empleo dirigido a jóvenes con discapacidad llevaba el lema ‘No te rindas nunca’. De eso se trata. De saber que, aunque parezca que tenemos todo en contra, nadie como nosotros para saber gobernar el timón de tal modo que consigamos atracar en barco en puerto seguro.
Articulo realizado por Esther Peñas Domingo de Fundación ONCE para Empleoytrabajo.org
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